sábado, 27 de marzo de 2010

"Laicismo y Educación Pública" por José Vasconcelos

EDUCACIÓN

Sobre el Laicismo.

Durante muchos siglos, la Iglesia Católica tuvo a su cargo la educación de las generaciones en el mundo occidental. Con la Reforma protestante comenzó el proceso que tenía por objeto despojar a la Iglesia de casi todas sus funciones públicas, dejándola limitada al ejercicio del culto. Así es como el servicio de hospitales, de asilos y cementerios, fue pasando a manos del Es­tado en todos los países donde se imponía el protestan­tismo. Pero en Europa y también en los Estados Unidos, la política de secularización encontró sus límites en el poder de los católicos que lograron conservar algunas escuelas, algunas instituciones de beneficencia, siquiera sea para use de sus propios feligreses. En cambio, en México, la Reforma impuesta con el auxilio del enorme poderío norteamericano, alcanzó proporciones mucho más radicales que en cualquiera otra parte del mundo. Poco después del triunfo del liberalismo masónico, no quedó en la República un hospital, un colegio, un asilo, del cual no hubiesen sido expulsados los religiosos Católicos para ser substituidos por funcionarios y emplea­dos del Estado. En los Estados Unidos, la escuela pública es laica, pero la costumbre de la escuela domi­nical, dedicada a la enseñanza religiosa, quedó impuesta casi con la misma fuerza que la escuela del Estado. En la América del Sur subsiste el siempre cierto equilibrio entre las instituciones educativas y de beneficencia re­ligiosa, y las del Estado. Únicamente en México, el triunfo del laicismo fue radical, por lo menos hasta que la política de tolerancia inaugurada por el general Díaz al final de su Gobierno y una tímida e incompleta reforma a las leyes de "manos muertas", permitió que fuesen apareciendo algunas instituciones privadas, de­dicadas a la enseñanza o, bien, a la beneficencia. Pero durante mucho tiempo fue artículo de fe que el laicismo era la Última palabra en educación y en los servicios de beneficencia. El desastre de los hospitales del Estado, tiene ya convencido a todo el mundo acerca de la necesidad de ciertas rectificaciones, como por ejemplo, la substitución de la enfermera de paga por la monja a que trabaja sin interés. El hecho de que estas rectificaciones se hagan al margen de la ley, da por resultado que los ricos, que pueden pagarse el lujo del hospital privado, disfrutan la ventaja de la enfermera monja: en tanto que los pobres, en los hospitales civiles, tienen que pa­decer, adernás de la miseria, el trato indiferente o des­cuidado de las famosas afanadoras, que casi nunca afa­nan lo suficiente. Pero donde se hace notar mundialmente el fracaso del laicismo, es en la escuela primaria elemental, y en general en la enseñanza de todos los grados. Para de­mostrarlo acudiremos a testimonios y autoridades que proceden del país que nos impuso el laicismo, o sea los Estados Unidos. Dios es 1a Educación se llama el libro del profesor Henry P. Van Dusen, de muy reciente pu­blicación. "Su libro dice el comentador—es un llamado a la reversión fundamental de toda la filosofía de la educación en los Estados Unidos". Mientras aquí se­guimos haciendo ediciones y traducciones del profesor Dewey, maestro favorito de los soviéticos rusos, Van Dusen predica, en los mismos Estados Unidos: "El co­nocimiento de las técnicas de la civilización moderna escapa a los recursos morales y espirituales que deberían controlar aquel saber. En esta tierra de abundancia, nos hace falta la moneda ética esencial y esto nos lleva a la bancarrota de nuestra cultura." Mientras nuestros maestros siguen pensando con Dewey que lo moral es adaptarse a la sociedad en que se vive, sea justa e injusta y que se aprende haciendo, es decir, con las manos y no con la cabeza, el profesor Van Dusen, que no es católico sino buen protestante, pide un retorno a la religión, de todas las escuelas de los Estados Unidos, desde los grados primeros hasta las universidades. Y esto se logra no solo añadiendo al curriculum unas cuantas horas de enseñanza religiosa, sino sometiendo el conjunto de educación al principio direc­tor del punto de vista religioso.
"Lo que hace falta —dice Van Dusen—es una revolución, una conversión, un cambio de frente en los presupuestos y en las metas de nuestro modo de vivir y de nuestra manera de edu­car a la juventud. Cada uno de los aspectos de la filosofía, la estructura y el espíritu de educación, reclaman cambio radical". Y añade: "El mal viene de Descartes. Su pienso, luego existo, es el símbolo del escepticismo moderno que supuso que cada hombre debe comenzar solo la investigación de la verdad, encontrándola sin propia manera". "La verdad es—dice Van Dusen­; que el hombre de diecisiete a veinte años, carece de competencia para discernir acerca de los principios esen­ciales de su propia educación". "El segundo gran cul­pable--según Van Dusen—es Kant, el creador de un dualismo que divorcia la realidad según la fe, de la rea­lidad conforme a los sentidos, con el terrible resultado de crear el cisma hoy existente entre hechos y valores, el mundo de la ciencia y el mundo del arte y la religión, y más recientemente, entre lo secular y lo espiri­tual. Hay en esta posición una paradoja trágica, o sea el contraste entre el efecto intentado por los dos pen­sadores citados y el resultado actual de sus pensamien­tos, ya que, tanto Descartes como Kant poseyeron una firme fe en Dios, muy distinta del escepticismo de sus discípulos contemporáneos.
"Al separarse de la religión nuestro sistema educa­tivo—insiste Van Dusen—, ha perdido el principio que le daba coherencia. El curriculum de la universidad contemporánea se parece más bien a la 'cafetería' en que se exhiben, uno tras de otro, diferentes platillos de gusto más o menos delicado, para que cada quien escoja, al pasar, lo que le plazca, sin el consejo de una dietética adecuada. En consecuencia, Única cura que existe para la enfermedad de nuestra civilización, es devolver a la educación la coherencia de que antes disfrutaba: la unidad orgánica de la verdad, que asigna a cada parte su .lugar dentro del todo". Pero, que es lo que da al todo esa unidad? Únicamente la religión, que al darnos conocimientos sobre Dios, se transforma en la reina de las ciencias. Dios es la piedra angular del conocimiento humano. El retorno de la religión a la educación pública, no entrañaría el peligro de las disputas religiosas. No han ocurrido estas en Inglaterra, donde hoy se en­seña religión en todas las escuelas del Estado, mediante acuerdos con las tres religiones principales de aquel reino. Se provoca, al contrario, un noble estimulo entre los educadores. "De suerte—concluye Van Dusen—que, no debe confundirse la libertad en materia de religión, con la libertad en contra de la religión."

Educación Mutilada.
En alguno de los viejos discursos de mi época de fun­cionario, señalo el carácter incompleto de la educación que dábamos entonces y se sigue dando ahora, a causa de que está vedado abordar en la escuela el problema de Dios. Pero bastaba por aquel entonces, con recordar que así sucedía también en los Estados Unidos, para que ya nadie aventurase la más leve censura al sistema. Y como todavía subsiste un servilismo parecido, ya sea tácito, ya manifiesto, conviene que nos enteremos de lo que se opina en los Estados Unidos, de aquel laicismo que fue para los hombres de Reforma, cuya pobreza mental todavía nos subyuga, una especie de dogma in­tocable: lo anglosajón.
Veamos lo que hoy opinan los anglosajones, de la secularización en general y, en particular, del laicismo en la enseñanza.
No es solo el `profesor Van Dusen quien clama con­tra las escuelas sin Dios, que es una consecuencia del laicismo fundado en el pensamiento laico del siglo XVIII.

En su libro titulado: Reconstruyendo una Fe Perdida, el pensador norteamericano John L. Stoddard dice: "Si el escepticismo fue la característica de nuestra juven­tud, el indiferentismo es la religión que prevalece a la fecha. En la actualidad es casi imposible llevar a un pobre a una conferencia que, por ejemplo, se titulase Los Milagros de la Biblia. iMuchos de los jóvenes de hoy jamás han escuchado un sermón; prefieren jugar golf o dar la vuelta en automóvil. El mundo de hoy dedica su actividad intelectual a las invenciones mecánicas y al arte de hacer dinero. La grandeza de esta edad es material, no es moral, pero ya estamos pagando la pena por ello. Muchos de los jóvenes de hoy son por heren­cia lo que sus padres llegaron a ser por convicción: agnósticos sin Dios, que solo buscan el dinero y el pla­cer. La juventud que ha de decidir el futuro de la Gran Bretaña y los Estados Unidos, ha sido educada en la ignorancia de la Biblia, el Evangelio, la doctrina cristiana. En sus vidas no hay lugar para el culto ni para las lecturas graves. Sus templos son los teatros, sus capillas las salas de cinematógrafo, sus escrituras los dia­rios, y su escuela dominical los suplementos cómicos. Si se les habla de la existencia de Dios, la inmortalidad personal o el día del juicio, probablemente dirán que nada saben ni les importa. Dudo que muchos de ellos hayan pronunciado alguna vez una oración."
Esta situación procede directamente de la escuela laica. "En la gran exposición belga de hace pocos años —dice Stoddard—a la entrada del salón dedicado a los inventos mecánicos modernos, una inscripción decía: “El hombre como Dios". Estas palabras expresan el senti­miento de muchos dirigentes europeos de la época. Sin embargo, ya podemos ver lo que han hecho algunas de las máquinas producidas por el hombre como Dios. Nuestro mecanismo vuelve locos a algunos, asesina a otros, nos materializa a todos. Nos ufanábamos de que nuestros inventos, al asegurar las comunicaciones, harían imposibles sufrimientos como- las plagas del ham­bre, la peste; sin embargo, los habitantes de Europa nunca habían sufrido La desnutrición de los últimos años, ni la mortalidad infantil de estos tiempos. Ha llegado el momento de reconocer que algunos años de escuela sin construcción moral ni religiosa, son una panacea bastante ilusoria. La adquisición de la sabiduría laica, a menudo quiere decir: capacidad para ganar riquezas ilegitimas y para satisfacer mejor nuestros pla­ceres. Nada importa conocer hechos relativos a la física, la química, la biología, la Historia, si el joven educado carece de carácter moral que nos sirva de garantía de que su educación no va a ser usada en contra de la comunidad. Como legisladores corrompi­dos, como autoridades venales, como demagogos y co­munistas, los malvados con educación son más peligro­sos que los perversos sin escuela. La Historia nos enseña que la prosperidad y aún la existencia de las na­ciones, dependen en gran parte del vigor de su vida moral y religiosa, y de la lealtad con que se sirve a los particulares y al público. Conozco la dificultad que existe para poner de acuerdo en materia religiosa a los contribuyentes que pertenecen a distintas Iglesias. Pero es indudable que sí puede y se debe llegar a algún convenio sobre principios esenciales teístas. Actualmen­te la falta de instrucción ética en nuestras escuelas, produce una generación que no reconoce mas dioses que la riqueza y 1 placer, Una generación que admira al político enriquecido y al aventurero si tienen éxito, y de esta manera ha creado una especie de undécimo mandamiento, que dice: "Haz de modo que no te pue­dan condenar", Un abogado de Nueva York ha escrito recientemente: "Se enseña a nuestros hijos en la escuela, biografía, guerras y los amores de cada uno de los dioses de la mitología pagana, pero el nombre de Jesucristo no puede ser pronunciado en clase. Los mu­ros de la escuela pueden ser tapizados con retratos de los héroes de Grecia y Roma, pero la imagen del Sal­vador o de su Madre Santísima, no puede ser mostrada por temor de que alguna alma mezquina de este país cristiano se sienta ofendida." En los Estados Unidos, hogar de distintas razas y religiones, el pretexto del laicismo ha sido la imposibi­lidad de complacer a todos. En países como el nuestro, en donde se sabe de sobra que la gran mayoría profesa una cola religión, el pretexto resulta ridículo. La evitación mas servil es la única excusa de nuestro laicismo. Pero además, la solución moderna no consiste en negar el problema religioso, sino en resolverlo de acuerdo con la voluntad de los padres de familia, tal como se hace en Inglaterra y comienza a hacerse en los Estados Unidos. Olvidar el problema religioso es privar a la escuela del conocimiento de la base misma de toda sabiduría.

El resultado de un siglo de laicismo entre nosotros, es a todas luces pavoroso, y de el procede directa­mente la inmoralidad pública, la corrupción política de nuestros días. En cuanto a los resultados del laicis­mo en el mundo anglosajón, Stoddard dice: "La exclusión de la religión en el programa educativo de millones de niños, tiene que causar un rebajamiento gradual en la formación moral del pueblo. Es inevitable que la falta de un concepto religioso de la vida, esti­mula el afán del dinero y el culto de placeres bajos que provocan la degeneración de la raza y su corrupción. Los Estados Unidos son un ejemplo notorio en este sentido". Sobre la decadencia del sistema educacional norteamericano, sistema típicamente laicista, el señor Stoddard dice: "El negro conductor del pullman ha lle­gado a ganar dos tercios más que el profesor de secun­daria de los Estados Unidos". Podría quizás añadirse: hace menos daño que el profesor laico.

Historia y Pedagogía.

Una de las ideas del historiador inglés Toynbee que pudiera aplicarse con éxito a la pedagogía mexicana, es la relativa a que la Historia no se entiende, no explica nada si se limita al estudio del caso particular de una nación. Así se trate de una nación como Ingla­terra, que cuenta con un pasado ya considerable y en los últimos siglos ha sido potencia mundial. Si esto es cierto de Inglaterra, juzgarnos nosotros, con cuánta mayor razón pueblos como el nuestro, procedentes de ayer, tienen el deber de remontarse a sus orígenes históricos. Y decimos esto pensando en el criterio estrecho de la mayor parte de nuestros textos de Historia Patria. Después de estudiarlos, el alumno medio sale de la pri­maria con la idea de que México empieza en Hidalgo, y los Estados Unidos con Washington. Y toda la vida le acompañará un vestigio de este parroquialismo, que no es otra cosa que el fruto de un faccionalismo político, impropio de una verdadera cultura. Y el contri­buyente paga las escuelas para que den cultura, no para que repitan la propaganda de los partidos políticos. Todo esto sugiere Toynbee cuando afirma: "Las fuerzas que actúan para crear y sostener un pueblo, no son fuerzas nacionales, sino que obedecen a causas de mayor amplitud; causas que operan sobre cada una de las partes de la sociedad, y no son inteli­gibles dichas causas, ni siquiera en su parcial modo de operar, sin una vista de conjunto de la acción de todas las causas que operan sobre una sociedad. Partes dife­rentes de cada pueblo responden de modo diferente a causas generales idénticas; cada una de las partes de una sociedad o de un conjunto histórico, reaccionan de modo diferente a las fuerzas que esas causas ponen en acción:. Una sociedad encuentra en el curso de su des­arrollo una sucesión de problemas que cada uno de sus miembros tiene que resolver de la mejor manera posible. Cada problema constituye una prueba por la que hay que pasar, y al través de una serie de pruebas los miembros de cada sociedad se diferencian unos de los otros. A la larga es imposible juzgar la conducta de cada miembro de la sociedad, o de cada nación en el orden internacional, sin tomar en cuenta la conducta semejante o diferente de cada uno de los individuos de una sociedad o los pueblos de una época dada". Un ejemplo pone Toynbee, que aclara su tesis: "Alrededor del año 325 A. C., los distintos Estados griegos se ha­llaron frente al problema de la presión que ejercía so­bre ellos el aumento de población comparado a los re­cursos alimenticios de que disponían, procedentes todos del cultivo operado dentro de sus territorios limi­tados. Ante esta crisis, los distintos Estados procedieron de manera diversa: algunos, como Corinto y Calcedo­nia, se deshicieron de su población sobrante llevándola a colonizar territorios conquistados, más allá del mar en Sicilia y el sur de Italia, etcétera. Las colonias griegas así fundadas constituyeron una extensión del área geográfica helénica, sin que se alterara el carácter de la sociedad griega o sus costumbres. Otros Estados grie­gos adoptaron soluciones que si trajeron consigo una variación_ en el modo de vida helénico. Por ejemplo, Es­parta satisfizo el hambre de tierra de sus ciudadanos, mediante la conquista de territorios griegos vecinos; con el resultado de que Esparta ensanch6 su territorio a costa de guerras obstina.das y repetidas en contra de gentes de su misma raza. Lo que obligó a los estadistas espartanos a militarizar la vida espartana, de arriba a abajo; para lo cual dieron nuevo vigor a instituciones sociales que primitivamente fueron comunes a todos los griegos, pero que en otras zonas griegas eran abando­nadas y se hallaban próximas a desaparecer. Atenas, por su, parte, resuelve el problema de la sobrepoblación de otra manera, o sea mediante la especialización de su producción agrícola, a fin de hacerla apta para la exportación, a la vez que iniciaba manufacturas también exportables y acomodaba sus instituciones políticas de modo que tuviesen participación en la vida pública las clases sociales creadas por la innovación económica. De suerte que Atenas evita la revolución por medio de reformas económicas y políticas de carácter revolucio­nario. Esto es lo que se hizo en tiempo de Pericles. Las diferentes soluciones alcanzadas por los Estados griegos frente al problema del exceso de población, fueron atri­buidas antes a diferencias iníciales del temperamento de las distintas comunidades helénicas. Hoy se sabe que por el siglo sexto antes de Cristo, la vida espartana no era distinta de la común a las otras ciudades griegas. Se trata, pues, de cualidades adquiridas, que solo adver­timos si nos colocamos en un punto de vista general. Lo mismo ocurre al diferenciar Venecia y Milán o Génova. o en el caso posterior de Inglaterra, España o Francia. Para entender el destino de las partes debemos elevar nuestra atención al conjunto, porque solo en la tota­lidad hallaremos la posibilidad de un estudio inteligente de la Historia."
Aplíquese esta tesis a la enseñanza de la Historia de México o de Venezuela, de Chile o del Perú o la Ar­gentina, y se verá cómo son incomprensibles las campa­ñas de Morelos o de Bolívar, si no comenzamos por el estudio del panorama español en su conjunto y las lu­chas que en aquel momento sostenía con el poder rival de Inglaterra. Sin embargo, pasaron muchos años antes de que en castellano se escribiera una visión histórica de conjunto, siquiera de nuestras guerras de Indepen­dencia, hasta que vino a llenar este vacío la Breve His­toria de Hispanoamérica, de Carlos Pereyra. Es cierto que esta obra hoy fundamental, apareció después de que los historiadores de Norteamérica habían escrito varias historias de Hispanoamérica con visión de conjunto; pero los del norte miran el panorama según sus propias convicciones, y hace falta una interpretación hispanoamericana, una interpretación nuestra.
Lo que hace falta, entonces, es que desde la primaria nos demos cuenta de que formamos parte de un todo mayor, que es nuestro continente de origen hispánico, del Cabo de Hornos al Rio Bravo.
*Fragmento del libro: "En el ocaso de mi vida" autor: José Vasconcelos.
POPULIBROS LA PRENSA.
1957.
MEXICO D.F.





viernes, 26 de febrero de 2010

* Pensamiento Educativo Vasconceliano (fragmento del libro De Robinson a Odiseo)

A partir de Rousseau, los educadores se preocupan de quitar a la enseñanza el carácter de regla impuesta a la con­ciencia desde el exterior. Y se complacen imaginando que el niño en libertad, a semejanza del hombre natural hipotético, desenvolverá los más recónditos tesoros de su par­ticular idiosincrasia. De paso, acusan a la escuela de no hacer otra cosa que sofocar el ímpetu de la semilla mara­villosa del crecimiento. Se asienta de esta manera la escue­la nueva en el mito del niño que emerge puro del plasma virginal de la especie. El niño inocente y el criminal irres­ponsable, la sociedad verdugo, ni cristianos sinceros, como Tolstoi, escapan a la tesis vagamente generosa, pero inexacta. El creyente que hubo en Tolstoi se hubiese sor­prendido si descubre que, al glosar en su literatura las doc­trinas naturalistas de su época, se ponía en contradicción con la tesis cristiana del pecado original. Seguían esta pro­funda visión cósmica, cada hombre nace con el estigma de su caída, y, por lo tanto, ha menester cada quien del co­rrectivo y de la redención. El supuesto del niño prodigioso deformado por los sistemas educativos gana, por lo mis­mo, adeptos entre todos los que se proponen destruir el punto de vista religioso de la cultura, sin que hasta aho­ra---que yo sepa—haya sido confrontada la tesis seudona­turalista con las conclusiones de la ciencia de nuestro tiem­po, y no obstante el supuesto apego a la ciencia de los con­tinuadores del roussoismo,Y eso que, desde hace tiempo, la ciencia es oficialmente evolucionista, y el evolucionismo, en la penúltima de sus versiones, nos dice por boca de Jung que el niño no es otra
cosa que desarrollo de un embrión, y este consiste de una porción organizada del plasma general de la especie. En el núcleo de esta porción de plasma hay un subconsciente, donde perviven latentes todas las experiencias de los ante- pasados remotos: la astucia del mono y también la ferocidad del tigre, los resplandores del instinto y las corrupciones del bruto; en suma, toda la zoología como sedimento de nuestra impura y confusa humanidad. Esto dice la ciencia en oposición clamorosa de las vaguedades y los sentimentalismos de la pedagogía derivada de Rousseau. La ciencia experimental contradice la tesis de la perfección original, implícita en la pedagogía moderna, desde, Rousseau, que la improvisara, hasta Dewey, que no profundiza, pero si dogmatiza. Conviene tener presente este divorcio radical de la pedagogía nueva, derivada del roussoismo, y la ciencia positivista, que desde un principio nos asimila a la bestia, y ya, con Freud, nos había declarado impuros, con más variadas formas de impureza que las derivadas de la maldición de la Escritura.
Considerando enseguida el problema de la educación, ya no conforme al criterio de la última versión del laborato­rio—la duración de estas versiones suele abarcar una sola mañana de la ciencia—, sino de acuerdo con un criterio general de cultura y de experiencia humana a través de los tiempos, descubrimos que el desarrollo natural, propio de la naturaleza, se convierte en una negación de la tarea humana y de sus posibilidades de superación desde el mo­mento en que opera en el hombre. o en las cosas acondi­cionadas por el hombre para su aprovechamiento. Desde el jardín que, abandonado asimismo, torna a ser un hier­bal, hasta la conciencia del hombre que, falto de la luz del saber ajeno, cae en la bestialidad, no hay un solo caso en en que la cultura no represente un esfuerzo de reorientación de lo natural y de intervención en su desarrollo.
Desde el grano de trigo hasta la conciencia del hombre, los caracteres que distinguen lo humano de lo simplemente natural se producen mediante intervenciones de la iniciativa consciente en el proceso natural, y a menudo también, modificando tal proceso.
Lo natural se puede concebir como subsistente sin nosotros, pero solo como hipótesis; en realidad, todo lo que conocemos es la liga irrompible de nuestra actuación sobre el mundo. Y lo importante de cada cosa es la relación en que se coloca con respecto a los fines, esenciales de nuestra propia naturaleza. En rigor, no conocemos lo natural, sino su apariencia, humanizada desde los orígenes de nuestro conociniento. Para nosotros no existe lo natural, sino lo humano, y para eso no es lo mismo lo natural para el perro o la planta que lo natural para el hombre. Por eso, digámoslo de paso resultan absurdas ciertas pedagogías a lo Spencer, derivadas de un naturalismo de regla animal, cuando debieran buscarse más bien leyes de humanismo, puesto que se trata de hombres. Propiamente, ni siquiera existe para nosotros lo natural, porque vivimos en lo hu­mano y solo tenemos comprensión para lo humano. En vano investigaremos lo que piensa la célula o lo que sien­te el mineral; nos conformamos con prestarles una sensibilidad de analogía humana. Juzgamos la naturaleza conforme a normas que emergen de nuestra sensibilidad, y bien pudieran no condicionarla, pero condicionan el complejo provisional sujeto-objeto. Y mientras más humanas son y menos naturales, mas adecuadamente preparan la superación del dualismo objeto-sujeto. En la unidad de una conciencia liberada y profunda. Tal unitaria conciencia rebasa el simple humanismo y lo coloca en la posición subalterna en que lo humano dejó a lo simplemente natu­ral. No entraremos en el desarrollo de esta tesis, que me ocupa en otros libros; pero si es menester tomarla en cuen­ta para juzgar los temas educativos que examinaremos.
Comprobando la afirmación de que lo natural se torna humano desde que lo toca el ímpetu del hombre, observamos al cultivador. Una paciente intervención prolongada duran­te siglos le ha permitido hacer de una gramínea ordinaria el trigo que nos alimenta. En el antiguo Egipto, entre toda la verdura del campo, logró el hortelano el prodigio de la lechuga. Si en un orden como el botánico, tan distante del maestro, la intención del hombre produce resultados tan no­tables, ¿acaso no resultaría monstruoso que el desarrollo humano se privase de tan valioso concurso? Según se es­tudia la naturaleza, nos convencemos de que el libre des­arrollo conduce a desviaciones y degradaciones y no a novedades plausibles, acaso porque la naturaleza no es libre, sino subordinada al espíritu. En general, no se da produc­to precioso sin seleccionamiento atinado, así como no hay alegría sin disciplina ni triunfo sin dolorosa superación.

En agricultura, la doctrina de Rousseau diría: "No es­cardes el campo, no elijas semilla, no deformes el desarro­llo." Precisamente la deformación suele ser en el cultivo la condición misma de la calidad. Una rosa de jardín es una rosa silvestre deformada; pero, desde el panto de vista humano, mejorada. No es, pues, malo el cultivo. Puede ser mala una regla, pero es peor no tener ninguna.

Y no es sino reglamentaci6n ad absurdum decirle maestro: "Reniega de toda disciplina, crúzate de brazos y observa al niño; anota sus reflejos, venera sus caprichos." Cuando algún ingenuo pone en práctica consejos tales, el niño acaba pegando al maestro. Y este se lo merece. Recientemente, según la Prensa, ocurrió así en cierto colegio privado de Inglaterra: los maestros, un matrimonio experimentalista, observan y amonestan; los chicos retozan, seinsubordinan. Uno de los mayores pega al profesor; soporta éste la injuria y pide al ofensor que se avergüence de su conducta; el jovenzuelo, ensoberbecido, vuelve a faltarle; la escuela no pudo seguir adelante; le hizo falta un maestro. La acción de una pareja tiene que haber resultado también nefasta; la escuela no está hecha para la exhibición de ternuras o disputas matrimoniales; en ella, el maestro, hombre o mujer, tiene que funcionar asexuado, como sacerdote de la sabiduría. Vemos, de todas maneras, en ca­sos semejantes, el contraefecto de "la letra, con sangre entra", de nuestros mayores. Entre ambos resultados, la vía media del Buda sigue siendo la regla de oro de la prác­tica. Ninguno de los extremos merece rehabilitación. Rous­seau esta derrotado por la ciencia y por la práctica, y es hora de enterrarlo con todo y Emilio, aunque no para re­sucitar excesos que, fatalmente, originaron la reacción per­niciosa del naturalismo.
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*Fragmento del libro "De Robinsón a Odiseo"
Pedagogía reconstructiva.
Autor: José Vasconcelos.
Madrid, España.
1937
M. AGUILAR, Editor.

martes, 23 de febrero de 2010

* LOS MOTIVOS DEL ESCUDO discurso

Discurso Pronunciado por el Lic. José Vasconcelos Calderón; ante la Confederación Nacional de Estudiantes

Jovenes amigos:
Respondiendo a su indagación reciente, paso a ma­nifestarles lo que sigue:
El hallazgo de un lema que complementara el nuevo escudo de la Universidad Nacional de Mexico, me re­sultó indispensable para formular el propósito y la orien­tación de la Universidad que se lanzaba al destino por el impulso de la Revolución. Me tocó rescatar nuestro primer instituto tradicional de ensefianza, de manos de la barbarie carrancista que por decretos de fuerza se habia apoderado de la escuela de Barreda, combatida por nosotros, sin embargo muy superior a lo que esta­ba siendo deshecho.
Los asaltantes, en efecto, habian convertido nuestra Preparatoria en mala replica de una secundaria protestante norteamericana. De rector funcionaba un abogado conocido en el foro por sus astu­cias curialescas, pero cabalmente inculto y sin otro ti­tulo para el mando, que su vieja camaraderia con el Carranza de los tiempos en que ambos fueron incondi­cionales servidores de la dictadura.
Los profesores ha­bian sido reclutados en las segundas filas del normalis­mo, que por su indole popular ganó influencia dentro de los círculos politicos de la Revolución, pero que en general, carecía de preparación académica. Aquellas sub­almas, por lo mismo, se habian vuelto materia plástica frente al programa extranjero de deformación de nuestra índole nacional. Resultaba urgente salvar las esencias de nuestra propia cultura, librandonos de aquella medio­cridad sin cohesión y sin medula y para hacerlo era menester integrar una nueva ideologia. Mediante ella se evitaría el paso, el peligro de recaer en las doctrinas politicas del porfirismo que la propia Revolución habia combatido desde la época de la claridad maderista, a saber: la evolución spenceriana, el cientificismo de Jus­to Sierra y el materialismo de Comté.
Era urgente de­mostrar que la Revolución poseía capacidades propias y empeño en escalar las más altas cumbres del espíritu, sin perjuicio de dedicarse a satisfacer los intereses de los humildes. Tan precisa fué esta última tendencia, que todo lo que hoy se dice, de orientar la Universidad hacia las metas de la justicia social, no es más que un "refrito" de las declaraciones revolucionarias que cual­quiera puede leer en la colección de mis discursos uni­versitarios de la época. Nos pusimos, pues, a trabajar en el doble aspecto social y espiritual, pero sin demagogia, porque contábamos con timbres suficientes de distinción y de sacrificio en la lucha, para no tener que descender a la adulación servil de las multitudes. Trabajamos para las masas, pero sin subordinarnos a sus criterios confu­sos. menos aún al juicio de lidercillos y agitadores. Al contrario, procurábamos dar a la masa temas de ascen­sión para llevarla, junto con los universitarios, a las cimas esplendorosas de la sobrehumana sabiduría. Había que comenzar dando a la escuela el aliento superior que le había mutilado el laicismo, asi fuese necesario para ello burlar la ley misma. Esta nos vedaba toda referencia a lo que, sin embargo, es la cuna y la meta de toda cultura; la reflexión acerca del hombre y su destino frente a Dios.
Era indispensable introducir en el alma de la ensefianza el concepto de la religión, que es conocimiento obligado de todo pensamiento cabal y grande. Lo que entonces hice equivale a una estrata­gema. Use de la vaga palabra espirítu, que en el lema significa la presencia de Dios, cuyo nombre nos prohibe mencionar, dentro del mundo oficial, la Reforma protes­tante que todavia no ha sido posible desenraizar de las Constituciones del 57 y del 17. Yo se que no hay otro espíritu válido que el Espíritu Santo; pero la palabra santo es otro de los términos vedados por el léxico ofi­cial del mexicano. En suma, por espíritu quise indicar lo que hay en el hombre de sobrenatural y es lo único valioso por encima de todo estrecho humanismo y tam­bién. por supuesto. más allá de los problemas económi­cos que son irrecusables pero nunca alcanzarían a normar un criterio de vida noble y cabal.Para acabar de entender el lema, sin embargo, es preciso recordar la época en que se inventó: el carrancis­mo habia caído desacreditado frente a la cultura, en ge­neral por su ramplonería, y en particular por el máximo pecado de haber suprimido, en torpe emulación de lo norteamericano, el antiguo Ministerio de Educación. Fue pues. indispensable, en consecuencia y como primer paso de una restauración civilizadora, volver a crear el Ministerio de Educación Pública, pero ya no según el plan raquítico de la era porfiriana, reducido al Distrito Federal y los Territorios, sino de manera ancha y generosa, con acción sobre todo el territorio de la patria. Al impulso de esta exigencia, la Universidad empezó a crecer. Hasta que fecundada por la Revolución hallóse convertida de hecho en Secretaría y enseguida, por su influjo, provocó la reforma constitucional que trajo a la existencia el primer Ministerio de Educación Pública Federal de nuestra historia. A la Universidad de entonces, que no se ufanaba de autonomías hipócritas, sino que estuvo bien centralizada bajo el puño de su rector, debe la patria su primer Ministerio de Educación Pública Nacional. Gustan de olvidar esto los menguados que urdieron su falsa autonomía para desviar la Universidad del mo­vimiento vasconcelista, la página más noble de la histo­ria política universitaria. y para terminar, como lo con­siguieron, haciendo de la Universidad otro apendice de la misérrima y confusa burocracia nacional. De todas maneras, la Universidad dió a luz, con la Secretaría, una hija que pronto la superó en fecundidad y estatura, y a la cual ya nadie disputa el derecho a la vida y la esperanza de que cumpla su misión de ilus­trar al pueblo de la República. En lo espiritual, siguió la Universidad contemplando desde arriba el panorama nacional y lo encontró peque­ño. Y así es como, a su propia hija, la Secretaría le transmitió el escudo que recientemente había creado.
¡Qué es el escudo? El escudo es, en primer lugar, una protesta en contra de aquel pequeñito anhelo que arrodillaba a la juventud en lo que se llamó el altar de la patria jacobina. Altar sin Dios y sin santos. Altar en que muchas veces el caudillo sanguinario ha suplan­tado al héroe y al santo. Altar que, en todo caso, está cerrado con techos de concreto a la penetración de los efluvios que vienen de lo alto. Y luego, ¿cuál patria? ; no la grande que compartimos con nuestros mayores del imperio universal español, sino la muy reducida en el territorio y en la ambición, que es el resultado de los errores del periodo de formación que nos costara la pérdida de Texas y de California. Después de la Revo­lución, que tantas esperanzas engendró porque no se li­gaba con ningún pasado sombrío; porque en sus co­mienzos no intentaba continuar la Reforma sino rectificar la Reforma, resultaba indispensable provocar el creci­miento del alma nacional. Y ya que no podiamos re­conquistar territorios geográficos, no quedaba otro recurso que romper horizontes y ensanchar el espacio ideal por donde el amor, ya que no la fuerza, pudiera conquistar heredades del espíritu, más valiosas a me­nudo que la disputada soberanía territorial. El paso in­mediato, en consecuencia, era obvio: reemprender el esfuerzo ya secular pero abandonado y saboteado por las dictaduras nacionalistas, de ligar nuestro destino con los países de nuestra misma estirpe española, en el resto del continente.La independencia del sur, con Bolivar, con San Martín, había engendrado no sólo nacioncitas, a lo libe­ral británico; también había inventado el anhelo de constituir con los pueblos afines por el lenguaje y la religión, federaciones nacionales poderosas. Nosotros no pudimos conservar ni siquiera la confianza de Centroamerica, a efecto de haber construido una vigorosa fede­ración del norte, aliada con el grupo disperso de los pueblos ilustres de Las Antillas. Todo por culpa de las dictaduras y de la confusión doctrinaria de la Reforma, que en su odio a España, nos deformó el patriotismo subordinándolo al recorte territorial y a la mentira de una soberanía fingida.Rota, desde hacía tiempo, nuestra solidaridad con los hermanos de la América Española y de España, un sentimiento reducido e intoxicado además de falsas pa­trioterías, mantuvo en opresión nuestros pechos hasta que la Revolución despertó exigencias nobles, informes. Ensancharlas era el deber de la Universidad. Símbolo gráfico de esta eclosión del alma mexicana, fué el diseño del escudo entonces nuevo, cuya historia estoy descri­biendo. Consta el escudo de dos elementos inseparables: el mapa de América Española que encierra en su fondo, y el lema que le da sentido. Por encima del encuadra­miento, una águila y un cóndor reemplazan el águila bifronte del viejo escudo del Imperio Español de nues­tros padres. Ahora, en el escudo, el águila representa a nuestro México legendario, y el condor recuerda epopeya colectiva de los pueblos hermanos del continente.Figurada de esta suerte la unidad de nuestra raza, sólo faltaba pedir al Verbo una expresión que marcara la ruta de los destinos comunes. Me vino ésta, de ssúbito, fue la voz de un anhelo que se rehacía en la Universi­dad v había de retumbar por todos los confines de la lengua: es el lema un compromiso quizás demasiado ambicioso.
POR MI RAZA HABLARA EL ESPÍRITU, es de­cir, deberemos ser algo que signifique en el mundo. Y en primer lugar dije raza porque la tengo, la tenemos. Nuestra raza. por la sangre, ya se sabe, es doble, Pero sólo en Mexico, en el Perú, en el Ecuador, dondi hay indios. En el resto de América nuestra raza es una mezcla de base latina, española e italiana que no excluye una sola de las variedades del hombre; ni el negro del Brasil, ni el chino de las costal peruanas. Una raza compuesta que lo sera más aúm en el futuro. De allí la tesis de la raza cósmica que implícitamente está con­tenida en el escudo y que hoy anuncian historiadores como Toynbee, como fatal conglomeración humana en todo el planeta. Pero por lo pronto, hay que comenzar recordando que somos latinos. Dentro de lo latino, nos impelen hacia adelante los gérmenes de las más precia­das civilizaciones: el alma helénica y el milagro judío­cristiano. el derecho de la Roma pagana y la obra civilizadora y religiosa de Ia Roma católica.En nuestro abolengo hay nombres envidiados de to­das as naciones. como Dante Alighieri, magno poeta de todos los tiempos. En nuestro pensamiento hay torres como Santo Tomás y San Buenaventura. Y particular­mente en la América nuestra, del Paraguay a California, es el cordón franciscano la disciplina de la obra civilizadora que todavía se prolonga y que no hubiera alcanzado sin el esfuerzo quijotesco que guió la Con­quista. Raza es, en suma, todo lo que somos por el espíritu: la grandeza de Isabel la Católica, la Contra­rreforma de Felipe II que nos salvo del calvinismo, la emancipación americana que nos evitó la ocupación in­glesa intentada en Buenos Aires y en Cartagena y que, con Bolivar. fijó el caracter español y católico de los pueblos nuevos. Nuestra raza es, asimismo, toda la pre­sente cultura moderna de la Argentina, con el brío constructor de los chilenos, la caballerosidad y galanura de Colombia. y la reciedumbre de los venezolanos. Nuestra raza se expresa en la doctrina política de Lucas Alamán, en los versos de Rúben Darío y en el verbo ilu­minado de José Martí.
Todo esto es lo que el lema contiene y coordina para encaminarlo hacia la grandeza imperial. Nos despierta el emblema el orgullo fecundo y la ambición noble de los pueblos que no se contentan con recibir hecha la historia sino que la engendran, la conforman, le imprimen grandeza. Quise, en fin, dar a los jóvenes por meta, en vez de la patria chica que nos dejó el liberalismo, la patria grande de nuestros parentescos continentales.Todo esto se halla en el lema que ahora está encomendado a la defensa de vuestros corazone juveniles, Yo estuve en la Universidad como de paso. Me dirigí a ella llevando en el pecho un manojo de las lenguas de fuego del incendio revolucionario. Me cerraban la puerta ancha no solo los viejos profesores de la dictadura, también los nuevos de la Revolución falsificada. Tuve, por lo mismo, que entrar por la ventana, pero iba del brazo de la aurora. En mi conciencia alentaba la Re­volución. que era entonces una moza lozana y garrida, con algo de Minerva en la testa y en el brazo poderes como de Arcangel. Se ha pretendido que era yo entonces distinto del de ahora.
Nada más falso. Para mi la Re­volución no era una maestra rígida, ni podía serlo puesto que yo era de los encargados de crearle la doctrina. Precisamente tal iba a ser la función de la Universidad: poner claridades en un movimiento social naturalmente informe. Desde entonces sabia que un movimiento so­cial ajeno al sentido religioso de la Historia, no podía producir más que miseria y tiranía. Siempre de espal­das al partidarismo político, procuré definir la Revolu­ción como un sistema de creación y de franqueza. Por eso hablé sin recato de inspirar el movimiento social en un doctrinarismo cristiano de tipo que hoy parece mediocre, pero que entonces se hallaba en boga: el tols­toiano. No hay, por lo mismo, dualidad entre mi posición francamente cristiana de entonces, que consta en decla­raciones públicas que ya en aquella época rasgaban el convencionalismo partidista, y mi posición de ahora, que sostiene la necesidad de encauzar el desarrollo social dentro de las normas estrictas del Evangelio interpretado por las Enciclicas.Son los logreros de la Revolución los que han in­ventado la patraña de mis claudicaciones, para dar pretexto a la deserción que ellos consuman con su con­ducta. No volveré a la Universidad ni a la acción pública oficial. La vida del hombre es corta y la tarea es in­mensa; sin embargo, realizable para todos aquellos que confian en la Promesa. No soló no volveré, sino que no volvería a cambio de tener que constreñir mi pensa­miento para ajustarlo a los moldes de una ideología burocrática o partidista.De la Universidad me echaron por fin, por la abertu­ra de los sótanos. pero no en derrota. No volveré en persona, pero la idea que está en el lema siempre hallará un claro por donde entrar. Una y otra vez, volverá a introducirse en las aulas, por el reflejo de las venta­nas, calla vez que la Universidad vuelva a estar en primavera.Jóvenes amigos: Ya muy pronto tendréis que im­provisar capitân. Yo os dejo mi bandera. El día es vuestro. actuad con vigor y con prudencia; reservad vuestras fuerzas porque la ruta es larga y muy ardua. Es ley misteriosa del destino, que la conquista del bien ha de costar dolor y sangre; pero el éxito es alterno.Mañana, en las horas del triunfo, las manos de las nuevas generaciones izarán el asta de otras banderas más gloriosas, bordadas, con las letras de oro de los principios eternos. Mi lábaro no estaba hecho para el lu­cimiento de los desfiles. Es un airón de combate. Nada importa que lo borren de las placas que escribe la adu­lación y de los membretes del papeleo burocrático y de los estandartes que encabezan las procesiones del servi­lismo. Mi en cargo es: que el actual escudo, con su lema, lo dejes plantado en la trinchera más expuesta y bajo el fuego tupido de la metralla.


*Fragmento del libro: "En el ocaso de mi vida" autor: José Vasconcelos.
POPULIBROS LA PRENSA.
1957.
MEXICO D.F.

domingo, 10 de enero de 2010

los motivos del escudo de la UNAM


"El hallazgo de un lema que complementara el nuevo escudo de la Universidad Nacional de México me resultó indispensable para formular el propósito y la orientación de la Universidad que se lanzaba al destino por el impulso de la Revolución. Me tocó rescatar nuestro primer instituto tradicional de enseñanza". Así comenzaba José Vasconcelos su controvertido discurso titulado"Los Motivos del Escudo". Conforme avanzaba en la lectura, sus palabras incomodaron a más que uno. Al terminar, no pocos lo tacharon de "reaccionario" y "conservador". Incluso lo acusaron de "amargado". Vasconcelos sostenía que desde 1920, el verdadero lema de la Universidad Nacional -producto de su profunda reflexión- era sin más: "Por mi raza hablará el Espíritu Santo", "Usé la vaga palabra "Espíritu" -escribió el Maestro- que en le lema significa la presencia de Dios, cuyo nombre nos prohíbe mencionar, dentro del mundo oficial, la Reforma protestante que todavía no ha sido posible desenraizar de las Constituciones del 57 y del 17. Yo sé que no hay otro espíritu válido que el Espíritu Santo". El otrora secretario de Educación Pública argumentó que durante su etapa como rector imperaba un profundo jacobinismo en el grupo revolucionario por lo cual hubiera sido una locura impulsar el lema universitario en su sentido cristiano. La rectificación llegaba 33 años después -en 1953-, cuando había vuelto a la profunda religiosidad de su infancia y juventud y era un crítico consumado del sistema político mexicano.
Sin embargo, en su fuero interno, Vasconcelos sabía que el escudo universitario y su lema original, fue planteado como un símbolo de unidad donde convergían la historia común de la América Española , su cultura, su pensamiento y su reflexión. La Universidad, desde entonces, debía ser un bastión del conocimiento para iluminar el destino de México. "Mi lábaro no estaba hecho para el lucimiento de los desfiles. Es un airón de combate . Nada importa que lo borren de las placas que escribe la adulación y de los membretes del papeleo burocrático y de los estandartes que encabezan las procesiones del servilismo. Mi encargo es: que el actual escudo, con su lema, lo dejéis plantado en la trinchera más expuesta y bajo el fuego tupido de la metralla".ARR.(*) Don José Vasconcelos, "filósofo de la juventud de América", mencionó en una entrevista que "el orígen del Pentathlón no podía ser inmanente".AOP.

fuente:

Dr. José Vasconcelos Calderón

José María Albino Vasconcelos Calderón (Oaxaca, 28 de febrero de 1882 - ciudad de México, 30 de junio de 1959) fue un abogado, político, escritor, educador, funcionario público y filósofo mexicano. Autor de una serie de novelas autobiográficas que retratan detalles singulares del largo proceso de descomposición del porfiriato, del desarrollo y triunfo de la Revolución mexicana y del inicio de la etapa del régimen post-revolucionario mexicano que fue llamada "de construcción de instituciones"..
Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de México y por las de Chile, Guatemala y otras latinoamericanas. Fue también miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.