sábado, 27 de marzo de 2010

"Laicismo y Educación Pública" por José Vasconcelos

EDUCACIÓN

Sobre el Laicismo.

Durante muchos siglos, la Iglesia Católica tuvo a su cargo la educación de las generaciones en el mundo occidental. Con la Reforma protestante comenzó el proceso que tenía por objeto despojar a la Iglesia de casi todas sus funciones públicas, dejándola limitada al ejercicio del culto. Así es como el servicio de hospitales, de asilos y cementerios, fue pasando a manos del Es­tado en todos los países donde se imponía el protestan­tismo. Pero en Europa y también en los Estados Unidos, la política de secularización encontró sus límites en el poder de los católicos que lograron conservar algunas escuelas, algunas instituciones de beneficencia, siquiera sea para use de sus propios feligreses. En cambio, en México, la Reforma impuesta con el auxilio del enorme poderío norteamericano, alcanzó proporciones mucho más radicales que en cualquiera otra parte del mundo. Poco después del triunfo del liberalismo masónico, no quedó en la República un hospital, un colegio, un asilo, del cual no hubiesen sido expulsados los religiosos Católicos para ser substituidos por funcionarios y emplea­dos del Estado. En los Estados Unidos, la escuela pública es laica, pero la costumbre de la escuela domi­nical, dedicada a la enseñanza religiosa, quedó impuesta casi con la misma fuerza que la escuela del Estado. En la América del Sur subsiste el siempre cierto equilibrio entre las instituciones educativas y de beneficencia re­ligiosa, y las del Estado. Únicamente en México, el triunfo del laicismo fue radical, por lo menos hasta que la política de tolerancia inaugurada por el general Díaz al final de su Gobierno y una tímida e incompleta reforma a las leyes de "manos muertas", permitió que fuesen apareciendo algunas instituciones privadas, de­dicadas a la enseñanza o, bien, a la beneficencia. Pero durante mucho tiempo fue artículo de fe que el laicismo era la Última palabra en educación y en los servicios de beneficencia. El desastre de los hospitales del Estado, tiene ya convencido a todo el mundo acerca de la necesidad de ciertas rectificaciones, como por ejemplo, la substitución de la enfermera de paga por la monja a que trabaja sin interés. El hecho de que estas rectificaciones se hagan al margen de la ley, da por resultado que los ricos, que pueden pagarse el lujo del hospital privado, disfrutan la ventaja de la enfermera monja: en tanto que los pobres, en los hospitales civiles, tienen que pa­decer, adernás de la miseria, el trato indiferente o des­cuidado de las famosas afanadoras, que casi nunca afa­nan lo suficiente. Pero donde se hace notar mundialmente el fracaso del laicismo, es en la escuela primaria elemental, y en general en la enseñanza de todos los grados. Para de­mostrarlo acudiremos a testimonios y autoridades que proceden del país que nos impuso el laicismo, o sea los Estados Unidos. Dios es 1a Educación se llama el libro del profesor Henry P. Van Dusen, de muy reciente pu­blicación. "Su libro dice el comentador—es un llamado a la reversión fundamental de toda la filosofía de la educación en los Estados Unidos". Mientras aquí se­guimos haciendo ediciones y traducciones del profesor Dewey, maestro favorito de los soviéticos rusos, Van Dusen predica, en los mismos Estados Unidos: "El co­nocimiento de las técnicas de la civilización moderna escapa a los recursos morales y espirituales que deberían controlar aquel saber. En esta tierra de abundancia, nos hace falta la moneda ética esencial y esto nos lleva a la bancarrota de nuestra cultura." Mientras nuestros maestros siguen pensando con Dewey que lo moral es adaptarse a la sociedad en que se vive, sea justa e injusta y que se aprende haciendo, es decir, con las manos y no con la cabeza, el profesor Van Dusen, que no es católico sino buen protestante, pide un retorno a la religión, de todas las escuelas de los Estados Unidos, desde los grados primeros hasta las universidades. Y esto se logra no solo añadiendo al curriculum unas cuantas horas de enseñanza religiosa, sino sometiendo el conjunto de educación al principio direc­tor del punto de vista religioso.
"Lo que hace falta —dice Van Dusen—es una revolución, una conversión, un cambio de frente en los presupuestos y en las metas de nuestro modo de vivir y de nuestra manera de edu­car a la juventud. Cada uno de los aspectos de la filosofía, la estructura y el espíritu de educación, reclaman cambio radical". Y añade: "El mal viene de Descartes. Su pienso, luego existo, es el símbolo del escepticismo moderno que supuso que cada hombre debe comenzar solo la investigación de la verdad, encontrándola sin propia manera". "La verdad es—dice Van Dusen­; que el hombre de diecisiete a veinte años, carece de competencia para discernir acerca de los principios esen­ciales de su propia educación". "El segundo gran cul­pable--según Van Dusen—es Kant, el creador de un dualismo que divorcia la realidad según la fe, de la rea­lidad conforme a los sentidos, con el terrible resultado de crear el cisma hoy existente entre hechos y valores, el mundo de la ciencia y el mundo del arte y la religión, y más recientemente, entre lo secular y lo espiri­tual. Hay en esta posición una paradoja trágica, o sea el contraste entre el efecto intentado por los dos pen­sadores citados y el resultado actual de sus pensamien­tos, ya que, tanto Descartes como Kant poseyeron una firme fe en Dios, muy distinta del escepticismo de sus discípulos contemporáneos.
"Al separarse de la religión nuestro sistema educa­tivo—insiste Van Dusen—, ha perdido el principio que le daba coherencia. El curriculum de la universidad contemporánea se parece más bien a la 'cafetería' en que se exhiben, uno tras de otro, diferentes platillos de gusto más o menos delicado, para que cada quien escoja, al pasar, lo que le plazca, sin el consejo de una dietética adecuada. En consecuencia, Única cura que existe para la enfermedad de nuestra civilización, es devolver a la educación la coherencia de que antes disfrutaba: la unidad orgánica de la verdad, que asigna a cada parte su .lugar dentro del todo". Pero, que es lo que da al todo esa unidad? Únicamente la religión, que al darnos conocimientos sobre Dios, se transforma en la reina de las ciencias. Dios es la piedra angular del conocimiento humano. El retorno de la religión a la educación pública, no entrañaría el peligro de las disputas religiosas. No han ocurrido estas en Inglaterra, donde hoy se en­seña religión en todas las escuelas del Estado, mediante acuerdos con las tres religiones principales de aquel reino. Se provoca, al contrario, un noble estimulo entre los educadores. "De suerte—concluye Van Dusen—que, no debe confundirse la libertad en materia de religión, con la libertad en contra de la religión."

Educación Mutilada.
En alguno de los viejos discursos de mi época de fun­cionario, señalo el carácter incompleto de la educación que dábamos entonces y se sigue dando ahora, a causa de que está vedado abordar en la escuela el problema de Dios. Pero bastaba por aquel entonces, con recordar que así sucedía también en los Estados Unidos, para que ya nadie aventurase la más leve censura al sistema. Y como todavía subsiste un servilismo parecido, ya sea tácito, ya manifiesto, conviene que nos enteremos de lo que se opina en los Estados Unidos, de aquel laicismo que fue para los hombres de Reforma, cuya pobreza mental todavía nos subyuga, una especie de dogma in­tocable: lo anglosajón.
Veamos lo que hoy opinan los anglosajones, de la secularización en general y, en particular, del laicismo en la enseñanza.
No es solo el `profesor Van Dusen quien clama con­tra las escuelas sin Dios, que es una consecuencia del laicismo fundado en el pensamiento laico del siglo XVIII.

En su libro titulado: Reconstruyendo una Fe Perdida, el pensador norteamericano John L. Stoddard dice: "Si el escepticismo fue la característica de nuestra juven­tud, el indiferentismo es la religión que prevalece a la fecha. En la actualidad es casi imposible llevar a un pobre a una conferencia que, por ejemplo, se titulase Los Milagros de la Biblia. iMuchos de los jóvenes de hoy jamás han escuchado un sermón; prefieren jugar golf o dar la vuelta en automóvil. El mundo de hoy dedica su actividad intelectual a las invenciones mecánicas y al arte de hacer dinero. La grandeza de esta edad es material, no es moral, pero ya estamos pagando la pena por ello. Muchos de los jóvenes de hoy son por heren­cia lo que sus padres llegaron a ser por convicción: agnósticos sin Dios, que solo buscan el dinero y el pla­cer. La juventud que ha de decidir el futuro de la Gran Bretaña y los Estados Unidos, ha sido educada en la ignorancia de la Biblia, el Evangelio, la doctrina cristiana. En sus vidas no hay lugar para el culto ni para las lecturas graves. Sus templos son los teatros, sus capillas las salas de cinematógrafo, sus escrituras los dia­rios, y su escuela dominical los suplementos cómicos. Si se les habla de la existencia de Dios, la inmortalidad personal o el día del juicio, probablemente dirán que nada saben ni les importa. Dudo que muchos de ellos hayan pronunciado alguna vez una oración."
Esta situación procede directamente de la escuela laica. "En la gran exposición belga de hace pocos años —dice Stoddard—a la entrada del salón dedicado a los inventos mecánicos modernos, una inscripción decía: “El hombre como Dios". Estas palabras expresan el senti­miento de muchos dirigentes europeos de la época. Sin embargo, ya podemos ver lo que han hecho algunas de las máquinas producidas por el hombre como Dios. Nuestro mecanismo vuelve locos a algunos, asesina a otros, nos materializa a todos. Nos ufanábamos de que nuestros inventos, al asegurar las comunicaciones, harían imposibles sufrimientos como- las plagas del ham­bre, la peste; sin embargo, los habitantes de Europa nunca habían sufrido La desnutrición de los últimos años, ni la mortalidad infantil de estos tiempos. Ha llegado el momento de reconocer que algunos años de escuela sin construcción moral ni religiosa, son una panacea bastante ilusoria. La adquisición de la sabiduría laica, a menudo quiere decir: capacidad para ganar riquezas ilegitimas y para satisfacer mejor nuestros pla­ceres. Nada importa conocer hechos relativos a la física, la química, la biología, la Historia, si el joven educado carece de carácter moral que nos sirva de garantía de que su educación no va a ser usada en contra de la comunidad. Como legisladores corrompi­dos, como autoridades venales, como demagogos y co­munistas, los malvados con educación son más peligro­sos que los perversos sin escuela. La Historia nos enseña que la prosperidad y aún la existencia de las na­ciones, dependen en gran parte del vigor de su vida moral y religiosa, y de la lealtad con que se sirve a los particulares y al público. Conozco la dificultad que existe para poner de acuerdo en materia religiosa a los contribuyentes que pertenecen a distintas Iglesias. Pero es indudable que sí puede y se debe llegar a algún convenio sobre principios esenciales teístas. Actualmen­te la falta de instrucción ética en nuestras escuelas, produce una generación que no reconoce mas dioses que la riqueza y 1 placer, Una generación que admira al político enriquecido y al aventurero si tienen éxito, y de esta manera ha creado una especie de undécimo mandamiento, que dice: "Haz de modo que no te pue­dan condenar", Un abogado de Nueva York ha escrito recientemente: "Se enseña a nuestros hijos en la escuela, biografía, guerras y los amores de cada uno de los dioses de la mitología pagana, pero el nombre de Jesucristo no puede ser pronunciado en clase. Los mu­ros de la escuela pueden ser tapizados con retratos de los héroes de Grecia y Roma, pero la imagen del Sal­vador o de su Madre Santísima, no puede ser mostrada por temor de que alguna alma mezquina de este país cristiano se sienta ofendida." En los Estados Unidos, hogar de distintas razas y religiones, el pretexto del laicismo ha sido la imposibi­lidad de complacer a todos. En países como el nuestro, en donde se sabe de sobra que la gran mayoría profesa una cola religión, el pretexto resulta ridículo. La evitación mas servil es la única excusa de nuestro laicismo. Pero además, la solución moderna no consiste en negar el problema religioso, sino en resolverlo de acuerdo con la voluntad de los padres de familia, tal como se hace en Inglaterra y comienza a hacerse en los Estados Unidos. Olvidar el problema religioso es privar a la escuela del conocimiento de la base misma de toda sabiduría.

El resultado de un siglo de laicismo entre nosotros, es a todas luces pavoroso, y de el procede directa­mente la inmoralidad pública, la corrupción política de nuestros días. En cuanto a los resultados del laicis­mo en el mundo anglosajón, Stoddard dice: "La exclusión de la religión en el programa educativo de millones de niños, tiene que causar un rebajamiento gradual en la formación moral del pueblo. Es inevitable que la falta de un concepto religioso de la vida, esti­mula el afán del dinero y el culto de placeres bajos que provocan la degeneración de la raza y su corrupción. Los Estados Unidos son un ejemplo notorio en este sentido". Sobre la decadencia del sistema educacional norteamericano, sistema típicamente laicista, el señor Stoddard dice: "El negro conductor del pullman ha lle­gado a ganar dos tercios más que el profesor de secun­daria de los Estados Unidos". Podría quizás añadirse: hace menos daño que el profesor laico.

Historia y Pedagogía.

Una de las ideas del historiador inglés Toynbee que pudiera aplicarse con éxito a la pedagogía mexicana, es la relativa a que la Historia no se entiende, no explica nada si se limita al estudio del caso particular de una nación. Así se trate de una nación como Ingla­terra, que cuenta con un pasado ya considerable y en los últimos siglos ha sido potencia mundial. Si esto es cierto de Inglaterra, juzgarnos nosotros, con cuánta mayor razón pueblos como el nuestro, procedentes de ayer, tienen el deber de remontarse a sus orígenes históricos. Y decimos esto pensando en el criterio estrecho de la mayor parte de nuestros textos de Historia Patria. Después de estudiarlos, el alumno medio sale de la pri­maria con la idea de que México empieza en Hidalgo, y los Estados Unidos con Washington. Y toda la vida le acompañará un vestigio de este parroquialismo, que no es otra cosa que el fruto de un faccionalismo político, impropio de una verdadera cultura. Y el contri­buyente paga las escuelas para que den cultura, no para que repitan la propaganda de los partidos políticos. Todo esto sugiere Toynbee cuando afirma: "Las fuerzas que actúan para crear y sostener un pueblo, no son fuerzas nacionales, sino que obedecen a causas de mayor amplitud; causas que operan sobre cada una de las partes de la sociedad, y no son inteli­gibles dichas causas, ni siquiera en su parcial modo de operar, sin una vista de conjunto de la acción de todas las causas que operan sobre una sociedad. Partes dife­rentes de cada pueblo responden de modo diferente a causas generales idénticas; cada una de las partes de una sociedad o de un conjunto histórico, reaccionan de modo diferente a las fuerzas que esas causas ponen en acción:. Una sociedad encuentra en el curso de su des­arrollo una sucesión de problemas que cada uno de sus miembros tiene que resolver de la mejor manera posible. Cada problema constituye una prueba por la que hay que pasar, y al través de una serie de pruebas los miembros de cada sociedad se diferencian unos de los otros. A la larga es imposible juzgar la conducta de cada miembro de la sociedad, o de cada nación en el orden internacional, sin tomar en cuenta la conducta semejante o diferente de cada uno de los individuos de una sociedad o los pueblos de una época dada". Un ejemplo pone Toynbee, que aclara su tesis: "Alrededor del año 325 A. C., los distintos Estados griegos se ha­llaron frente al problema de la presión que ejercía so­bre ellos el aumento de población comparado a los re­cursos alimenticios de que disponían, procedentes todos del cultivo operado dentro de sus territorios limi­tados. Ante esta crisis, los distintos Estados procedieron de manera diversa: algunos, como Corinto y Calcedo­nia, se deshicieron de su población sobrante llevándola a colonizar territorios conquistados, más allá del mar en Sicilia y el sur de Italia, etcétera. Las colonias griegas así fundadas constituyeron una extensión del área geográfica helénica, sin que se alterara el carácter de la sociedad griega o sus costumbres. Otros Estados grie­gos adoptaron soluciones que si trajeron consigo una variación_ en el modo de vida helénico. Por ejemplo, Es­parta satisfizo el hambre de tierra de sus ciudadanos, mediante la conquista de territorios griegos vecinos; con el resultado de que Esparta ensanch6 su territorio a costa de guerras obstina.das y repetidas en contra de gentes de su misma raza. Lo que obligó a los estadistas espartanos a militarizar la vida espartana, de arriba a abajo; para lo cual dieron nuevo vigor a instituciones sociales que primitivamente fueron comunes a todos los griegos, pero que en otras zonas griegas eran abando­nadas y se hallaban próximas a desaparecer. Atenas, por su, parte, resuelve el problema de la sobrepoblación de otra manera, o sea mediante la especialización de su producción agrícola, a fin de hacerla apta para la exportación, a la vez que iniciaba manufacturas también exportables y acomodaba sus instituciones políticas de modo que tuviesen participación en la vida pública las clases sociales creadas por la innovación económica. De suerte que Atenas evita la revolución por medio de reformas económicas y políticas de carácter revolucio­nario. Esto es lo que se hizo en tiempo de Pericles. Las diferentes soluciones alcanzadas por los Estados griegos frente al problema del exceso de población, fueron atri­buidas antes a diferencias iníciales del temperamento de las distintas comunidades helénicas. Hoy se sabe que por el siglo sexto antes de Cristo, la vida espartana no era distinta de la común a las otras ciudades griegas. Se trata, pues, de cualidades adquiridas, que solo adver­timos si nos colocamos en un punto de vista general. Lo mismo ocurre al diferenciar Venecia y Milán o Génova. o en el caso posterior de Inglaterra, España o Francia. Para entender el destino de las partes debemos elevar nuestra atención al conjunto, porque solo en la tota­lidad hallaremos la posibilidad de un estudio inteligente de la Historia."
Aplíquese esta tesis a la enseñanza de la Historia de México o de Venezuela, de Chile o del Perú o la Ar­gentina, y se verá cómo son incomprensibles las campa­ñas de Morelos o de Bolívar, si no comenzamos por el estudio del panorama español en su conjunto y las lu­chas que en aquel momento sostenía con el poder rival de Inglaterra. Sin embargo, pasaron muchos años antes de que en castellano se escribiera una visión histórica de conjunto, siquiera de nuestras guerras de Indepen­dencia, hasta que vino a llenar este vacío la Breve His­toria de Hispanoamérica, de Carlos Pereyra. Es cierto que esta obra hoy fundamental, apareció después de que los historiadores de Norteamérica habían escrito varias historias de Hispanoamérica con visión de conjunto; pero los del norte miran el panorama según sus propias convicciones, y hace falta una interpretación hispanoamericana, una interpretación nuestra.
Lo que hace falta, entonces, es que desde la primaria nos demos cuenta de que formamos parte de un todo mayor, que es nuestro continente de origen hispánico, del Cabo de Hornos al Rio Bravo.
*Fragmento del libro: "En el ocaso de mi vida" autor: José Vasconcelos.
POPULIBROS LA PRENSA.
1957.
MEXICO D.F.